La bola en manos del indio
Es terrible, y muy ligera;
Hace de ella lo que quiera,
Saltando como una cabra;
Mudos, sin decir palabra,
Peliábamos como fieras.
Aquel duelo en el desierto
Nunca jamás se me olvida;
Iba jugando la vida
Con tan terrible enemigo,
Teniendo allí de testigo
A una mujer afligida.
Cuando él más se enfurecía,
Yo más me empiezo a calmar;
Mientras no logra matar
El indio no se desfoga;
Al fin le corté una soga
Y lo empecé aventajar.
Me hizo sonar las costillas
De un bolazo aquel maldito;
Y al tiempo que le dí un grito
Y le dentro como bala,
Pisa el indio y se refala
En el cuerpo del chiquito.
Para esplicar el misterio
Es muy escasa mi cencia:
Lo castigó, en mi conciencia,
Su Divina Magestá:
Donde no hay casualidá
Suele estar la Providencia.
En cuanto trastabilló,
Más de firme lo cargué,
Y aunque de nuevo hizo pié
Lo perdió aquella pisada,
Pues en esa atropellada
En dos partes lo corté.
-Párrafos 609 a 614-
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